No mires atrás

El centro era pulcro, minimalista y espacioso. Transmitía inmensidad y confianza. El joven recepcionista me recibió con una amplia y bien estudiada sonrisa. Luego me entregó una enorme cantidad de impresos sujetos auna tablilla plástica y me indicó unos asientos de manera mecánica.

“¿Desea obtener enormes beneficios sin apenas mover un dedo?”
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Al principio, aquel enigmático anuncio de periódico me había caído como una bendición. Ya había participado en otros estudios sociológicos y cosas por el estilo, pero lo que pagaba aquella gente era desorbitado. Y solo por veinticuatro horas de mi tiempo. Tampoco es que yo sirviese para otra cosa, y la alternativa era pasar el día mirando el techo.

Este puto gotero suena como campanadas de nochevieja. No es normal. Estos cabrones quieren volverte loco, no te dejes amedrentar…

Había demasiada información en aquellos folios sintéticos, mucha de ella incomprensible. Pero bueno, era un ensayo clínico. Estaba tan acostumbrado a toda aquella parafernalia que ya ni la leía. Solo necesitaba pensar en el dinero.

Para distraerme, comencé a juguetear con mi moneda de la suerte. Siempre me fascinaron los juegos de prestidigitación y había empleado muchas horas en perfeccionar la técnica.

—¿Has terminado ya? —Al levantar la vista, la sonrisa artificial me escudriñaba desde las alturas, paciente e implacable.

—¿Cómo? ¡Ah, sí! Perdona, aquí tienes.

Tras entregarle la tablilla con el montón de folios firmados, me acompañó a través de una serie de pasillos sin estrenar, como el decorado de una película mala de ciencia ficción. Su mano se apoyaba delicadamente en mi hombro, buscando tranquilizar al conejillo de indias.

Lograba exactamente lo contrario.

—Por favor, desvístete y ponte esa bata blanca —dijo al abrir la puerta de un pequeño vestidor—, luego necesito que te practiques una irrigación colónica mediante el enema que encontrarás en el servicio.

—¿Enema? —pregunté, perplejo.

—Durante la prueba no podrás ir al baño y no queremos incidentes inesperados.

—Claro… —respondí, mientras entraba en el vestidor.

—Cuando estés listo, un operario cualificado te colocará una sonda vesical…—La sonrisa del recepcionista pareció acentuarse ligeramente— …para las aguas menores.

¿Por qué me duelen tanto los párpados? Dios, es como si no hubiese pestañeado en meses.

—¿Es tu primera vez? —preguntó el recepcionista, caminando por un estrecho y pulcro pasillo, unos pasos delante de mí.

Aquella sonrisa era capaz de atravesar su propia nuca, proyectando hacia detrás una sensación desconcertante.

—Aquí sí, pero he hecho varios ensayos clínicos antes.

El sonido amortiguado de las ruedas del soporte donde colgaba la bolsa de la sonda envolvía todo el pasillo.

—Un reincidente —afirmó, casi para sí.

—Bueno, son entretenidos y una manera interesante de conocerme a mí mismo, ¿no crees?

—¿Estudias psicología? —preguntó.

—No, bueno, no sé. Hago trucos de magia. Todavía no he encontrado nada que me motive lo suficiente. Emmm, …digamos que estoy buscando mi camino.

—Hemos llegado, pasa por aquí.

El recepcionista se paró frente a una puerta de madera que desentonaba completamente con el resto del edificio. Negra y antigua. Comenzó a manipular una serie de engranajes anclados a la hoja. Cada uno despertaba un extraño ruido metálico en el interior.

Al escucharse el último chasquido, la puerta se abrió con sorprendente facilidad. La ausencia del más mínimo ruido y la gracilidad del movimiento contrastaban con la sensación de pesar un millón de toneladas.

—Buenas bisagras… —bromeé, tratando de apartar de mi cabeza esa extraña sensación.

El recepcionista me miró sin comprender.

—Perdón… —murmuré.

Su sonrisa se agrandó hasta rozar lo grotesco mientras me dejaba paso, lo que contribuyó a remarcar la visión que me encontré al otro lado de la puerta.

Una sala completamente negra, sin esquinas ni fisuras, como si estuviese construida a partir de una única pieza. En el centro, una silla de aspecto retorcido y llena de correas, iluminada por un único foco cenital.

Cualquiera hubiese asegurado que la propia sala se extendía hacia la inmensidad del infinito, de no ser por dos elementos característicos: un cuadrado rojo perfectamente pintado en la pared frente a la silla, y un reloj holográfico proyectado tras ella, con un enorme «24» rojo, seguido de una hilera de ceros del mismo color, separando minutos y segundos.

Maldito cuadrado, maldito cuadrado, maldito cuadrado.

—Tome asiento, por favor.

El recepcionista fijó mis muñecas con correas de cuero acolchadas que, pese a dejar poco margen de movimiento, eran sorprendentemente confortables. Al hacerlo observó con curiosidad la moneda que tenía en la mano.

—Perdón, me olvidé de dejarla, es una costumbre estúpida —dije, nervioso— Si interfiere en el experimento…

El recepcionista recuperó la sonrisa y negó con la cabeza, mientras extraía, de la parte posterior de la silla, una pequeña aguja hipodérmica unida un conjunto de bolsas de suero fisiológico acopladas en serie.

Tampoco es cuestión de que el conejillo de indias muera de inanición”, pensé.

—Mientras sigas mirando al cuadrado, todo irá bien —susurró, guiñando un ojo—. Si en algún momento sientes entumecimiento, junto a tu mano derecha tienes un botón que te escaneará y aplicará una ligera estimulación eléctrica directamente a la zona afectada. Pruébalo, por favor.

Al palpar el lateral, encontré una ligera prominencia. Al oprimirla, una agradable oleada recorrió todo mi cuerpo.

—Perfecto —dijo el recepcionista, satisfecho al ver mi cara.

Por último, el recepcionista me mostró un espejo en ángulo para que viese cómo la cuenta atrás holográfica se ponía en marcha detrás de mí.

Las instrucciones eran claras y sencillas: veinticuatro horas mirando a aquel cuadrado fijo en la pared, sin moverme ni interactuar con nadie. Terminantemente prohibido mirar al temporizador. Después de eso saldría por la puerta con más dinero del que podría gastar en una vida. Solo veinticuatro horas.

La puerta se cerró antes de percatarme de que el asistente había desaparecido. Había sido una presencia extraña desde que entré en el edificio, pero en la soledad de la habitación comencé a echarla de menos casi de inmediato.

Puto niñato traidor…

***

Y de repente me quedo solo, rodeado de un silencio opresivo y una oscura nada entre mi cuerpo y la pared.

Las primeras horas pasan volando haciendo cábalas sobre cómo me gastaré el dinero. Toda mi vida he dependido de otros y por fin podré hacer mis sueños realidad, sean los que sean.

Siento cómo los sonidos se amplifican a medida que pasa el tiempo. Mi propia respiración llega a adquirir la magnitud de un enorme fuelle hidráulico. Pronto comienzo a perder la noción de paso del tiempo, y lo único que me mantiene firmemente sujeto a la realidad, es aquel cuadrado fijo en la pared.

Al principio no le veo mayor gracia. Lo miro por puro trámite, sin verlo realmente. Pero, sin más estímulos que ese, poco a poco va adquiriendo distintos matices. En realidad, no es un cuadrado perfecto. Sus lados son ligeramente irregulares y su superficie áspera y opaca debido a la calidad de la pintura.

Cuanto más lo miro, más imperfecciones le encuentro. Un desgaste en una esquina, un incómodo ángulo que no le hace estar paralelo al suelo, donde quiera que se encuentre este último… son pequeñas cosas sin importancia al principio, pero cuando no hay nada más alrededor, es fácil obsesionarse con esas pequeñas cosas que terminan teniendo mucha importancia.

Pero las instrucciones son claras y yo estoy preparado; mi futuro depende de seguir mirando hacia delante.

Algo se mueve en los márgenes de mi visión periférica.

Comienzo a jugar con la moneda dando vueltas entre los dedos de mi mano izquierda. Eso me tranquiliza un poco. Ya me habían advertido de que en algún momento aparecerían ciertas distorsiones cognitivas. Seguramente sea el reflejo del reloj holográfico, o algún movimiento en el mecanismo producido por el cambio de suero. “¿Habrá pasado tanto tiempo?”

Una nueva sombra en movimiento.

Esta vez, mis pupilas se dirigen por inercia a la fuente de atención, haciendo que el amorfo romboide comience a palpitar. Vuelvo a fijar la vista en él y éste regresa a la normalidad.

Perlas de sudor brotan en mi frente. Estoy seguro de que hay otra presencia en la habitación.

Me concentro en el punto que tengo delante… y entonces me doy cuenta de que el cuadrado se ha convertido en un punto.

No recuerdo que en las instrucciones figurase un cambio de forma. Debe ser algún tipo de aviso por desviar la mirada. Tengo que estar más atento.

Es bonito, ¿verdad?

La voz me sobresalta desde ninguna parte haciendo que tense el brazo. Noto el calor de una pequeña gota de sangre caliente que se desliza lentamente desde la aguja del suero fisiológico.

Trato de decir algo, preguntar quién anda ahí, pero las correas que me sujetan la mandíbula están demasiado apretadas y solo alcanzo a soltar un leve gruñido.

No te molestes, lo tienen todo pensado, ¿sabes? Te han tomado por un estúpido bufón. Un pelele inútil que utilizar y desechar cuando ya no les convengas, como siempre.

La voz parece retumbar por toda la estancia. Yo me revuelvo un poco, pero intento mantener la calma. Solo son distorsiones cognitivas. Solo es una psicosis pasajera producto del aislamiento “Dios, ¿cuánto tiempo llevo aquí metido?”. Concéntrate en el punto. Céntrate en mirar hacia delante.

¿Por qué te prestas a esto? Eres lo suficientemente listo como para no estar haciendo estos trabajos de mierda que detestas…

Solo distorsiones cognitivas.

Has hecho tantas cosas en tu vida, y a la vez tan pocas…

La sombra entra ligeramente en mi campo de visión.

Con la mirada fija en el punto rojo, apenas distingo algo más que una oscuridad un poco más densa que el resto de la pared, aumentando y disminuyendo de tamaño en ciclos regulares. Como si respirase.

¿Qué fue de todos aquellos concursos de magia, de todas aquellas promesas de triunfo que quedaron a medias? Te has instalado en la mediocridad porque es lo más cómodo.

—¿Quieres callarte? —consigo articular entre dientes.

La presencia parece dejar de respirar. Luego se retira despacio, hasta salir de mi campo de visión. Mis dedos de mueven más frenéticamente alrededor de la moneda.

Venir aquí ha sido una mala idea, desde luego, pero no debo sucumbir a la ansiedad. Necesito terminar esto. Es lo único que importa.

***

El tiempo pasa, pero ya no sé en qué medida. Hace rato que la sombra no aparece y me duelen mucho los párpados. Con la mano derecha aprieto ligeramente el botón. Una oleada de placer me recorre todo el cuerpo hasta alcanzar mis ojos, donde se hace más intensa y agradable.

El sonido de las gotas de suero cayendo se escuchan cada vez más fuerte. Trato de mantener la calma, de acompasar la respiración a duras penas, de distraerme con la moneda.

Mis pensamientos vagan de un lado a otro: amigos, familia, …hace demasiado tiempo que no les veo. Cuando salga debería llamar a mi madre, queda poco para su cumpleaños.

¿Cuánto falta para que termine este maldito experimento? Puedo hasta sentir el pelo de la cara creciendo lentamente. ¿Se habrán olvidado de mí?

Te han abandonado, asúmelo de una vez. Todos te abandonan.

El vello de la nuca se me eriza y todo el cuerpo se tensa ante aquella afirmación. Esta vez proviene claramente de mi espalda.

¿A que no se han molestado en decirte lo del otro botón?

Mi corazón está concentrado en no fallar una sola nota del concierto que interpreta afanosamente desde el interior de mi caja torácica. Su bombeo desbocado nubla mis sentidos y comienzo a marearme. Cierro los ojos, pero el latido del círculo imperfecto atraviesa mis pupilas y vuelvo abrirlos de inmediato …encontrándome ante un triángulo equilátero invertido.

En tu mano izquierda.

Tanteo con mis dedos la parte inferior del reposabrazos izquierdo y no tardo en encontrarlo. Un frío círculo que sobresale.

Sorpresa. Si el derecho proporciona un desahogo físico, digamos que el izquierdo concede alivio mental, directamente al cerebro. La evasión definitiva.

Mis dedos acarician el frío metal del botón antes de retirarse lentamente. Al principio se resisten un poco, como si tuviesen vida propia.

Ese pequeño detalle siempre se les escapa, porque saben que con esa ayuda es pan comido terminar el ejercicio. ¿Por qué no les das una lección?

Trato de ignorar la voz, de distraer mi cabeza. Si no me lo han dicho, seguramente será por algo. ¿Una prueba, quizás? Sí, todo esto debe de ser una maldita prueba para que dé un paso en falso. No pienso picar.

¿Nada? ¿Ni un poquito? Era de esperar… Siempre sujeto a las normas, siempre preocupado por ser un buen ciudadano. Siempre temeroso de ofender, de hacer ruido. Siempre temeroso de vivir.

La sombra se pasea por detrás. Trato de no escucharle, concentrándome en el triángulo rojo.

¡Deja de esforzarte tanto en ese puto triángulo! Por el amor de dios…¿No ves que es inútil? ¿Qué pretendes demostrar?

Trato de tragar, pero con la garganta tan seca es doloroso. Casi tanto como esa última pregunta para la que no tengo respuesta. ¿Qué coño hago aquí mirando una pared? ¿Para qué sirve todo esto?

Fuera, tenía sueños que me esfuerzo por recordar sin conseguirlo. Dentro, todo se vuelve difuso, como ver la vida desde el interior de un barril de brea. Tan denso, tan lento, tan …estático.

***

Debo de haber pasado meses aquí sin que nadie haya venido a ponerle fin a todo esto. Siento la frente pegajosa y la barba rozándome el pecho. ¿Qué pretenden conseguir?

¿No tienes curiosidad por echarle un vistazo al temporizador?

La sombra ha adquirido una familiaridad casi fraternal. Mi única compañía en esta inmensidad. Un odioso compañero, pero un compañero al fin y al cabo. El único que me dice la verdad en este océano de engaños.

Tengo la cabeza embotada y el cuello rígido por la falta de movimiento. Hago un esfuerzo sobrehumano por mantener los ojos abiertos, fijos en el triángulo rojo que me sonríe sin tapujos. Es como si no hubiese dormido en décadas.

¿Aún sigues empeñado en continuar con tu misión?

Aprieto el estimulador de la derecha, pero no sucede nada. Vuelvo a  pulsar una segunda y una tercera vez con idéntico resultado.

Oh, oh…

Golpeo frenéticamente el botón hasta casi fracturarme una falange, pero ninguna oleada de placer recorre mi cuerpo.

Olvidados a nuestra suerte… ¿Me crees ahora?

La sombra se materializa delante de mí, interponiéndose en la línea de visión con mi objetivo triangular. Un latido rojo la atraviesa, acompasándose con su propia respiración.

—No, por favor… —murmuro sin fuerzas.

¿Crees que mirar hacia delante va a solucionar lo que hay detrás?

Puedo intuir una macabra sonrisa entre la palpitante bruma escarlata.

Ese temporizador que tienes a tu espalda es lo único tangible e inexorable en esta maldita habitación.

Las lágrimas dejan un surco de suciedad mientras anegan mi frondosa barba.

Solo un vistazo, ¿crees que queda alguien a quien le importe?

—¡Déjame en paz —mascullo entre dientes.

La sombra me rodea repentinamente la cara, girándola con violencia.

¡Míralo!

Los números del temporizador me golpean con su rojo intermitente:

«23 : 15 : 10»

La moneda se me escurre, perdiéndose en la negrura de una sala sin aristas. Ya no me apetecen más trucos de magia.

Dedos de bruma sujetan con cariño mi mano izquierda, acercándola al frío de un botón oculto bajo el reposabrazos. Apenas tengo voluntad ni fuerzas para resistirme.

Tranquilo, todo va a salir bien. Solo un paso más y te librarás del sufrimiento.

Manejando el índice en mi nombre, ese intangible amigo posa lentamente el dedo en el botón, haciendo que el pálpito rojo se convierta en redentora nada.

Un relato de Fernando D. Umpiérrez

 

Banda Sonora Opcional: The Greatest – Cat Power

 

Publicado por Fernando D. Umpiérrez

Guionista, escritor, superviviente y tan biólogo como médico el Gran Wyoming. Un soñador empedernido encerrado en el cuerpo de un pragmático redomado. Observador impasible de realidades alternativas. Ahora sobrevivo como guionista de fortuna. Si buscas alguna historia y no la encuentras, quizás puedas contratarme...